Música para volar

30/4/09


Y es el silencio lo más abrumador. Eso que hace explotarte la cabeza. Eso que te despedaza en cada milímetro que pretendés alcanzar. El silencio. Alejate del silencio, porque te arrastra, te despluma, te revuelca y a su vez te seduce con una sutileza animal.
Ése es tu problema. Vos sos tu problema. Y tu silencio. Tu naturalidad desnaturalizada, tu impaciencia hecha carne, tu antojo de ferocidad invisible e intangible y tu incapacidad de respirar en medio de la asfixia sin darte cuenta de que te estas asfixiando. Tu posición inerte y cómoda. Eso te estanca: el silencio. Explotá la burbuja y empezá a moverte, porque eso es lo que te mata: el silencio.

16/4/09


Como si un manantial de explosiones me sofocaran hasta la desesperación. Al borde de la locura, la amenaza. Lo prohibido, lo perpetuo. Y la frustación de nunca llegar.
Necesito una palabra. Necesito beberme de a tragos cada párrafo. Necesito impregnarme de sílabas consonantes y asonantes, de un ritmo tan puro como el nacimiento, es decir, la muerte, es decir el día. Y la noche. Y los cantos. La frustrada, la inocente. Y la música de la vigilia, el estupor ausente y una fuerza que me empuja en lo mas hondo, en el vacío.
Quiero un silencio estridente y finito. Quiero colmar esta sed de una vez. Y sin embargo, lo único que encuentro es un sórdido instante infinito y atestado de palabras. ¿Alguna vez cesará el recuerdo? ¿Alguna vez vomitará la herida? Porque la noche es larga y mi paciencia se deshoja. Y el muro se derrumba. Y la capital anuncia que este instante ha concluído.

14/4/09

Entre la rapidez del hecho y mis ansias por desatar el cataclismo de sentimientos atorados en el instante mas arduo de mi existencia, olvidé lo esencial en el cajón.
No pude limitarme a sentarme y observar con atención cada segundo ínfimo desparramado sobre una cascada de hechos irrevocables. Tampoco pude ser conciente mientras todo ocurría a una velocidad desesperante. Lo único que atiné a hacer fue transmutar la escena del escándalo en una escena hueca que llenase mis pulmones de aire en vez de oprimirlos. No evoqué ni una sola palabra, todo sonido estaba de mas. Solo retrocedí para comprender, para abarcar con mi conciencia a pleno, para rogar que todo ésto fuese almacenado en mi inconciente por el resto de la eternidad. Entonces recordé: muda soy y muda seré.

12/4/09


Silenciarse es el mayor acto de autoencarcelamiento, así como también de liberación.
Y digo esto porque las palabras atan. Pero atan de una manera atroz, de una manera tan masiva y a la vez tan sutil que pasa completamente desapercibida. Al decir el mínimo vocablo podemos estar desatando la mayor catástrofe de nuestras vidas sin ser concientes de ello, muchas veces por no escuchar, otras por no saber, otras por inercia o inconciencia. Muchas veces el destino interfiere. Supongamos que le pido a mi mamá que me prepare un café, y fue basta poner la pava al fuego que la hornalla encendió el trapo, y el trapo la remera de mi mamá, ésta a los apurones y en medio de gritos logró deshacerse de la remera, que a su vez encendió el sillón, y en un abrir y cerrar de ojos la casa es una llamarada ardiente que nos consume. No, claro que no fue MI culpa, pero si yo hubiese callado toda esta cascada de hechos desafortunados nunca hubiese ocurrido. A su vez, suponiendo que no hubiese dicho nada, ahogando mis ganas de tomar café probablemente me hubiese deshidratado, desmayado y luego quién sabe qué mas me hubiese ocurrido. Por eso retorno a mi hipótesis ambigua y sin sentido de que callar puede significar tanto una condena como una liberación.