Música para volar

25/4/10

Verbo y contradicción.

No es verdad que no hay. Nunca es verdad que haber sea un requisito para la existencia porque vivimos de carencias. Y es la carencia misma la escencia de un haber, de un haber inmediato y efímero que de haber no tiene nada. Nada de realidad en el haber encontrado un haber que hay, que carece porque es y es porque carece. Como si todo fuese carecer o riqueza o inestabilidad entre una cosa y otra que no logran consecuencia porque no son, porque carecen. Y como si carecer no fuese suficiente cuando el haber es real, tangible, el carecer lo arrebata en un soplido vociferador que nada deja mas que carencias. Por eso digo que haber es igual que carecer, que carecer no implica despojo ni apego ni existencia ni nada. Y haber no significa congratular algo por el simple hecho de no-carencia, sinó de posibilidad, sinó de concebir las cosas sin un propósito de fuga irreversible como la carencia o el haber como verbo efervescente. Yo quisiera una concepción de las cosas que no implicase anulación, ni denominación absurda, porque hay tanto que existe y no se puede nombrar que siento que carencia y haber pueden coexistir como si no supusiesen una contradicción irritable.

24/4/10

Pupila

Porque ojos, ojos no tienen todos. Porque ojos, ojos son los que escapan retorcidos como si fuesen a estallar de insomnio, no? Ojos los que escupen. Ojos los que sangran entre el vértigo y la certeza de saberse con los pies en algún lado. En algún aire, que es aire compartido, que es todo y es nada y es poco. Y no alcanza.
Ojos porque callar es imperdonable entre tanto verde comestible. Nunca ojo vertido. Nunca ojo y no imposibilidad. Nunca ojo sinó escarcha.
Y nunca nunca. Ojos nada. Nunca todo, nunca nada. Nada de ojo. Ojo revuelto. Ojo inasible en la fertilidad del sol.
Y en lo fértil de carecer, un ojo semi-abierto que me dice que nada es ojo, y ojos no tienen todos. Tampoco nada. Mucho menos todo.

23/4/10

Dejar, parir.

Dejar es el verbo incomprensible que amarra las inquietudes y las reprime como si fuese algo posible de comprimir, de aplacar. Pero no. No. No. No. Yo no quiero dejar, yo no quiero retorcerme en el respiro desesperado de salvedad, de rompimiento. Yo quiero un verbo que me inunde la piel de escamas para cubrirme del sol.
Lo que pasa es que dejar implica romper, implica un punto de quiebre visible y destartalado y yo estoy cansada del chorro de sangre que yace en el rincón. Yo quiero que fluya, que fluya por su cauce hasta el hastío, hasta la descomposición infértil.
Quiero parir en cada palabra un manojo de inercia disfrazada. Quiero color donde no lo haya.
Eso es lo que espero de un verbo: una captura feroz del momento en que parir es una realidad autoinducida.