Dejar es el verbo incomprensible que amarra las inquietudes y las reprime como si fuese algo posible de comprimir, de aplacar. Pero no. No. No. No. Yo no quiero dejar, yo no quiero retorcerme en el respiro desesperado de salvedad, de rompimiento. Yo quiero un verbo que me inunde la piel de escamas para cubrirme del sol.
Lo que pasa es que dejar implica romper, implica un punto de quiebre visible y destartalado y yo estoy cansada del chorro de sangre que yace en el rincón. Yo quiero que fluya, que fluya por su cauce hasta el hastío, hasta la descomposición infértil.
Quiero parir en cada palabra un manojo de inercia disfrazada. Quiero color donde no lo haya.
Eso es lo que espero de un verbo: una captura feroz del momento en que parir es una realidad autoinducida.
Para Fran
Hace 6 años
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