Música para volar

8/11/08


Noche abierta
Desperté asustado y con esa sensación de querer huir.
No comprendía, estaba solo. No conocía el entorno, las luces, los colores, las formas. Tampoco comprendía cómo había llegado hasta ahí.
La noche se abría paso entre los leves reflejos del sol, y los árboles me contemplaban inmóvil, intentando adueñarse de las últimas sombras del día. "En eso iba creciendo en la soledad un ruido de jinetes".
Mi sangre palpitaba incesante, y mi destino se debatía entre correr hacia ningún lado, o esperar que algún suceso imprevisto me devolviera a mi realidad.
Sentí los caballos casi rozarme, se oían cerca, pero no lo suficiente como para poder verlos. Hay vida, pensé. Y me decidí a seguir instintivamente sus rastros.
Tropecé sin darme cuenta con algo que no lograba distinguir, pero se movía. Me alejé estupefacto y aguardé en silencio detrás de un arbusto. Inmediatamente un grupo de voces comenzó a acercarse, tumultuoso e impaciente, hasta encontrar aquello que me había hecho tropezar. "Cuando el pecho acostado dejó de subir y bajar se animaron a descubrirlo". Ha muerto, finalmente ha muerto. Escuché. Y bajo el resplandor de la luna pude ver el brillo en sus ojos al verlo yacer. "Parece cuento, pero la historia de esa noche rarísima empezó por un placero insolente de ruedas coloradas". Entonces comprendí. Necesitaba escapar.

Pamela Pulcinella.

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